Lionel Messi hizo festejar al Barcelona con las maravillas que llevará al Mundial
Lionel Messi no se cansa. No para. Hace todo a su modo. Y le sale bien. Gana, encanta. Sigue. Es una frecuente invitación a exagerar, a gastar elogios, a poner adjetivos grandilocuentes, incluso a recrear palabras o generar neologismos. Cuando el crack rosarino juega como jugó ante el Sevilla sólo queda espacio para rendirle pleitesía como cada uno de los espectadores del Wanda Metropolitano. Y entonces sucede un detalle que por habitual no deja de ser mágico: todos los que lo ovacionan saben de lo que es capaz pero se permiten el asombro, los habita la sorpresa ante semejante expresión de talento.
La Pulga -la más inmensa que la historia del fútbol pueda ofrecer- fue la figura de la final de la Copa del Rey en la que su Barcelona apabulló al Sevilla. Le puso su impronta de artista a ese 5-0 que retrató las diferencias entre uno y otro.
Hizo un golazo: el segundo del equipo, tras un taco memorable de Jordi Alba. Ofreció dos asistencias: la primera, una delicia de la precisión, para que Luis Suárez marcara el 3-0; la segunda para que se luciera Andrés Iniesta, el otro Rey de la noche madrileña. Y tuvo un gesto que también cuenta su rol de líder: más allá de su disputa por el Botín de Oro, le cedió un penal a Philippe Coutinho para que decorara la goleada. Una actuación colosal por donde se la mire.